lunes, 21 de marzo de 2011

POR LA CALLE DE LA AMARGURA PARTE DOS



Con la mirada le dije al diablo que aceptaba su oferta. Al instante pensé que me iba a arrodillar y taladrarme hoyitos en la cabeza para ponerme cuernos. O voltearme para ponerme una cola…ante esta última posibilidad le di gracias al cielo que ya tenía el hoyito que me salvaría de una dolorosa taladrada. Pero el diablo no hizo nada. Ni siquiera sonrió, ni pestañeo, ni aplaudió en triunfo, ni se carcajeo de su maldad como en las pelis. Simplemente, con su larga mano, tomo su torta de milanesa doble especial con queso fresco y rajitas, y le dio una gran mordida y con la otra mano tomo su Boing de guayaba y le dio un gran sorbo ´pa bajarse el bocado. Luego con una servilletita se limpio la boca y su barba de candado, asegurándose que no tuviera migajitas de pan que pudieran disminuir su pulcra imagen. Hecho esto, tomo un palillo de la mesa y empezó a picarse entre los dientes. Cuando termino, me mostro el palillo parado entre dos de sus dedos, y apretó. Apretó muy fuerte. Clarito vi como el palillo se deslizaba dentro de la carne de sus dedos y desaparecía. No podía creer lo que acababa de ver. Mire alrededor para ver si alguien dentro de la torteria había visto esta increíble hazaña. Solo el mocoso gordo estaba viendo, con la mirada desorbitada y medio bocado de su torta doble cubana colgándole fuera de su gorda trompa. El diablo saco de su tacuche una tarjeta gris de plástico. Me la dio. Tenía mi nombre abajo de un dibujito de un griego o troyano, algo así. También me dio un billete de a quinientos y tres de a doscientos. El diablo me dijo, “toma esta tarjeta y esta lanita, es para gastos iniciales. Ocupa lo que quieras de la tarjeta, y no olvides que lo que necesitas llegara solo. Te veo cuando llegue tu tiempo”. Y con esto, le dio un último jalón a su refresco Boing, se volvió a limpiar la boca y su barbita con otra servilleta, dejo 15 pesos de propina, se paro, y se fue. Así nomas, se fue.

Y de esta manera, así de rápido había vendido mi alma al diablo. Por una estúpida tarjeta gris con un griego o troyano, quien sabe que era! Y mil cien pesos.

Salí de la torteria, tratando de pensar en lo que había pasado allí dentro. Vi la tarjetita que me había dejado. Pa que chingaos será esto? Pensé. No sabía qué hacer con la tarjetita. Parecía como de teléfono pero no traia chip. Camine como zombi por la calle no sintiendo nada. Cuando le vendes tu alma al diablo no se siente nada…nada de nada. Nomas te sientes diferente, de una forma rara, casi imperceptible. Tal vez por el hecho de saber que de antemano ya estas condenado, hagas lo que hagas, y que ya no importaba la lucha eterna entre el bien y el mal en tu mente. Pensaba en lo último que me dijo mientras estaba ahí, parado, frente a la torteria...Lo que necesito llegara solo? Que pedo, que chingaos significaba eso?

De repente, sentí un ardor en mis dedos, una comezón bien canija y gandalla, como cuando en la secu me senté en un baño donde algún ojete había puesto polvito pica-pica. Me empecé a rascar la mano, sintiendo como si mil hormigas me mordieran a la vez. Deje mi violín y el arco en el suelo mientras con las dos manos me rascaba esa terrible comezón. Lo que vi a continuación me dejo perplejo. Clarito vi como mis dedos se alargaban y se hacían mas flacos. Mientras veía esta increíble transformación, un resplandor entre chido y bonito emano del violín en el suelo. Las cuerdas chillaron como si se fuesen a romper. La madera empezó a crujir y empezó a cambiar de color. Se turno un café oscuro como de madera vieja. Una de las cuerdas se trono pero milagrosamente se volvió a enrollar solita. Y en eso, de una forma fantástica e indescriptible, el violín y el arco se alzaron solitos en el aire como tomados por manos invisibles, surcaron el espacio que había entre nosotros, y se posaron en mis manos, las cuales, milagrosamente, ya se les había quitado la comezón. No sé cómo explicarlo, pero instintivamente me acomode el violín en el hombro. Se sentía diferente pero a la vez tan ligero. Empecé a tocar algo. Mis dedos volaban como si estuvieran poseídos. Me toque un sonesito huapanguero, uno que nunca me había salido bien, nomas ´pa calar esta ondita que me estaba sucediendo. Mis dedos tocaron el son como si lo hubiesen hecho durante siglos. Me quede perplejo, no sabiendo que hacer con este nuevo regalo, si se le pudiera decir regalo. Confieso que estaba un poco espantado. Mire alrededor para ver si alguien había visto esto. Solo vi a través de la ventana de la torteria al escuincle gordo que le jalaba frenéticamente las mangas a su mama y señalándome con sus gordos dedos. No quise quedarme ahí, le hice la parada a un taxi que pasaba por ahí y me subi para irme a mi chante.

Al llegar a mi colonia, me baje del taxi frente a la casucha donde vivía con mi tía. En la calle jugaban los hijitos de la vecina “la Chole”. Le pague al taxista con uno de a doscientos, me dio el cambio y se fue. “la Chole” lavaba ropa ajena pero en su casa todo era un desorden. Hoy sus mocositos estaban más mugrosos que nunca. Rara vez había visto a esos mocosos limpios. La niña siempre andaba por ahí sin calzones enseñando la cola y el tragamoneditas mientras jugaba en la tierra de la calle, mientras el escuincle se revolcaba en la misma tierra con un perro mas mugriento que él y además bien pulgoso. El perro fue hacia mi pero le hice finta como con una piedra y se regreso con su amo el escuincle mugroso. Entre a la casa y puse el violín en la mesa junto al lavadero. Fui para decirle a mi tía que algo me había pasado pero la tia no estaba en casa. Ahí, en medio de esa casucha, vi todo lo que hasta ahorita había sido mi mundo. Un refri chiquito, una estufa, un lavadero, la mesa con dos sillas. Una foto del abuelo junto a un calendario de la carnicería “El Porvenir”. En ese momento, decidí irme de la casa de mi tía. Irme para siempre. Irme y correr de esta miseria que ya me tenía hasta la madre. Ir en busca de algo mejor. Tenía que haber algo mejor! Algo mejor que esto! Recordé lo que me había dicho el diablo…“lo que deseas llegara solo…”

Al fin y al cabo, mi alma ya no era mía. Lo que hiciera de hoy en adelante, ya no importaba mucho. Decidí en ese instante ir en busca de lo que quería.

Pues había decidido ya. Tome el violín y me salí de la casucha de la tía. No me lleve ni ropa, ni nada de nada. No me lleve ni madres. busque un taxi para irme rapidamente de ahi. No queria esperar el colectivo. Pero antes, pensé en el regalo de mis dedos, y decidí hacer un alto antes de largarme de la capital. Tenía un bisne pendiente con unos mariachis ojetes con los que me había topado la semana pasada. Quería ir y romperles su madre por la humillación que me hicieron pasar al correrme como perro de la plaza. Al taxista que pare, de seguro habrá querido preguntar porque traía una sonrisa diabólica en la jeta. Pero no me pregunto, su oficio es el de transportar, no el de chismear. Le dije que me llevara a Garibaldi. Que me llevara en chinga. El taxista piso al fondo el acelerador.

En mis manos, sentí como el violín empezaba a vibrar de coraje, anticipando la madriza que estábamos a punto de dar.



Continuara…