miércoles, 29 de junio de 2011

“Luisito Macías”


"Autoretrato en azul" oleo sobre tela, firmado y fechado Junio 2005, coleccion privada del autor.


“Luisito Macías”

Un Cuentito de Leo Mondragón

Luisito Macías y yo nos hicimos amigos en el 1er año de secundaria. Recuerdo bien que ese año había llovido mucho. El pueblo cercano al mío se había inundado de aguas negras y hasta dicen que de las coladeras salió una rata bien grandota y bien hedionda que puso a ese pueblo en jaque. Pero en este pueblo nunca pasaba nada. Y nada hubiera pasado si no es porque un buen día a mi amigo Luisito Macías le colmaron la paciencia. Y es que mi amigo Luisito tenía algo bien raro.

Le gustaba sacarse los mocos.

Nadie sabía con exactitud porque a Luisito Macías le gustaba sacarse los mocos.

Yo sabía que Luisito simplemente era tímido y le ganaban los nervios para todo lo que quería hacer. Y se refugiaba en su manía. Era solo una manía! Muchos del pueblo tenían manías. Por ejemplo, unos se mordían las uñas, como Florecita la hija de Doña Facunda la verdulera. Se las mordía hasta la merita carnita y ni los palazos de la verdulera le habían quitado esa manía. Otros, como Don Gustavo Gorostieta, el viejito más viejo del pueblo, tenía la costumbre de sentarse todas las tardes afuerita de su zaguán. Esta era costumbre, su manía era verle la cola a las chamacas cuando pasaban por ahí. Sarita Bonfil, la hija del sastre, tenía su manía, pero yo no sabía cuál era, solo sabía que todos los chamacos grandes del pueblo la frecuentaban seguido, claro, a escondidas de su papa. Hasta el viejo comisario municipal, Lucas Oviedo, tenía su manía! El gustaba de tomar los dineros de las arcas de la tesorería comisarial del pueblo para comprarle cervezas a Don Sixto, el de la tienda, que estaba casado con Gertrudis, la que tiene un ojo gris y otro negro, y además nunca sonreía.

Luisito Macías se sacaba los mocos muy seguidos. Lo hacía en todas partes, al despertar, rumbo a la escuela, entre clases, en el recreo, a la salida, en su casa, al hacer la tarea, al ver la tele, y hasta antes de dormir. Lo hacía en la plaza, los domingos de misa, en las ferias del pueblo, cuando llegaba el camión de refrescos, cuando se iba, cuando comía, cuando hacia los quehaceres de su casa o cuando andaba en su bici, no sé, en todos y cada uno de los momentos que me acuerdo cuando estaba con él ahí estaba sacándose un mocote. A pesar de su asquerosa manía, el era mi mejor amigo.

En el pueblo se decían muchas cosas acerca de este mal que le achacaba a Luisito Macías.

Algunos decían que era una manía que agarro desde que tenía 4 años, un día cuando su mama lo perdió en el mercado…dicen que andaba comprándole jitomates a Doña Facunda, la mujer mas chismosa del mercado, y por estar escuchando un chisme, descuido al chamaco… nomás cuando voltio el escuincle ya había desaparecido. Los que vieron decían que nomás se le fueron los ojos ´pa atrás y que se puso a gritar como la Llorona que salió en la película del Santo el Enmascarado de Plata, corriendo por los pasillos del mercado en busca de su hijito…afirman los que presenciaron todo, que iba con la mente trastornada por la congoja y gritando ¡!!ayyy mi hijito!!! Cuando paso por el puesto de las piñatas, no se fijo en las que colgaban en el pasillo, y pácatelas! Que se cruza merito con una piñatota bien grandota en forma de estrella que por dentro tenía una cazuelota de puro barro re-cocido, estrellándose la tatema con semejante piñaton. Dicen que del golpe cayó pesadamente al suelo, desmayada, y que en eso se le acerco su hijito, el cual estaba mero enfrente en el puesto de los juguetitos viendo los luchadores de plástico. Al ver a su madre ahí tendida en el suelo, no supo qué hacer, más que meterse el dedo a la nariz para sacarse un moco bien pegajoso, el cual lo embarro a la cabecita del luchador de plástico que traía en la mano. Algunos dicen que el luchador era el Blue Demon, pero que después del mocote embarrado parecía el Mil Mascaras.

Cuando despertó su mama, Doña facunda la verdulera le llevo un bolillo y una Coca bien fría ´pal golpe y ´pal susto, y luego entre los mercantes, la llevaron cargando con Don Chino, el doctorcito del mercado, el cual le puso 7 puntadas de las meras fieras, de las que cuando se curan parece que el pellejo antes de ser pellejo era un cierre. Y así fueron pasando los años y a Luisito Macías no se le quitaba la manía.

Algunas personas del pueblo decían que Luisito Macías tenía gusanos.

“Denle tecito de ruda y cuachalalate, con eso se le salen por la cola los gusanos” decía Doña Rupertina viuda de Palazuelos, la prestamista del pueblo y la mujer más rica de la región. Afirmaba que el mocoso tenía gusanos en la panza y que estos eran los que se le subían hacia la cabeza y le salían por la nariz. Decía que así le pasó a su sobrinita Jovita, por andar bebiendo agua del pozo sin hervir. Que tenía hartos gusanos y siempre andaba bien moquienta. Un día me acuerdo que la vi en la plaza principal del pueblo y me pareció que le estaba creciendo la panza. Después de eso todo el pueblo andaba chismoseando que se había fugado con el hijo del maestro albañil, Apolinar. A mí se me hacía que fue el tal Apolinar el que le pego los gusanos a Jovita y por eso traía esa panzota, y que de la pena, pues se tuvo que ir con el, ´pa que no la viborearan en el pueblo.

“Muélanle cáscara de guamúchil y póngansela en sus sopas, con esto se le van los gusanos” decía el viejo Tobías, el de la tortillería.

“Eso no le va a servir de nada, quémenle los pies con alcohol y denle agua de nopal ´pa que se le mueran los gusanos!” decía doña Pita Lagunas, la esposa del panadero Casimiro, la cual tenía a su hijito albino.

Su mama de Luisito Macías hizo caso omiso de todas las recomendaciones de la gente del pueblo. Pero un día, harta de la manía de su hijo, le hizo caso a Jacinto el peluquero, el cual le recomendó “Métale bolitas de masa calientita con anís en su anito, con eso se le espantan los gusanos!”

Una mañana de sábado, espero afuera de la panadería de Don Casimiro, y en cuanto salieron los bolillos calientitos, le compro tres. Hizo varias bolitas de masita caliente y las remojo en Anís del Mico, tal y como se lo había sugerido el tal Jacinto el peluquero. Llamo a Luisito y le dijo que se bajara los calzones, porque le iba curar. Luisito nomas pelo los ojos rete grandotes como tecolote y le hizo la corredera hacia la puerta para escapar la infame curación, pero su mama lo alcanzo a detener del pescuezo de la camisa. Entre gritos y manotadas, su mama lo acostó en la cama y le bajo los chones, y una por una, le fue metiendo las bolitas por su anito, mientras el chamaco gritaba de coraje y humillación. Después de un rato, tuvo una chorrera bien fea, de las amarillentas y bien hedionda, y cada vez que iba al baño a aliviar sus entrañas, se le fue formando una idea macabra ´pa vengarse de todos los del pueblo. Una venganza terrible. Esa venganza es la que voy a describir.

El día lunes temprano, Don Jacinto el peluquero le estaba afeitando la barba a Don Filiberto, el esposo de Doña Cleotilde la del almacén de telas. Justo cuando le iba a limpiar una parte de la rasurada a su cliente con una toallita blanca, se dio cuenta de que un enorme moco de color entre grisaceo y verde con una rayita como de sangrita estaba ahí embarrado en su toallita. El escondió la toallita asqueado, pero su cliente lo alcanzo a ver, y se asqueo también, a lo cual le reclamo fuertemente al peluquero y se hicieron de palabras. El incidente paso a mayores, ya que cuando don Filiberto se fue a su casa caminando y escondiendo de la gente que pasaba su media barba no rasurada, le conto el incidente a Doña Cleotilde, la cual, alarmada, se encargo prontamente de pasar el chisme a todas sus clientas del día. ´Pa en la tarde, ya todo el pueblo sabia del incidente del horrible moco en la peluquería, y la población se fue a dormir consternada.

Al otro día, pareciera que todo iba marchar con tranquilidad y el incidente del día anterior habría quedado en el olvido, si no es que de repente la maestra de 1”A”, Chavelita Guadarrama, salió gritando a la plaza de la escuela de la secundaria rural donde estudiábamos, armando tremendo alboroto y gritando lastimosamente que un “alíen” se había estampado y estaba muerto en el pizarrón del su salón.

Su esposo Eleuterio Domínguez, prefecto de la escuela, escéptico de la vida en otros planetas y odiado por todos los chamacos, corrió hacia el salón para ver cuál era la causa del alboroto…encontrando merito en medio del pizarrón un enorme moco embarrado de forma asquerosa. Al parecer, quien lo embarro lo hizo con saña, ya que lo estiro y lo embarro en gruesas líneas de moco con sangre como si quisieran dibujar una estrella de David con su abominable tinta… una cosa era segura, el moco tenia las mismas características y colores como los que se mencionaban del incidente de la peluquería de la noche anterior. El prefecto, que no era un hombre tonto salvo que se caso con la vieja más gritona y escandalosa del pueblo, inmediatamente sabia que ese “alíen” embarrado en el pizarrón solo podía pertenecer a una sola persona en el pueblo, y ese alguien era mi amigo Luisito Macías.

Pero había un problema, Luisito Macías estudiaba en el turno de la tarde. No había manera de que se haya metido a la escuela temprano para cometer su fechoría, el lo hubiera visto, ya que se encargaba de cuidar la entrada para negarle el acceso al plantel educativo a los chamacos que no se cortaban el pelo, que traían las uñas sucias, o que no traían completo el uniforme. Al menos que lo hubiera dejado ahí embarrado la noche anterior, por lo cual debería de estar seco. Al prefecto no le quedaba otra más que tocar el asqueroso moco para saber si estaba seco o no y salir de esa terrible duda. Odiando lo que tenía que hacer, empezó a acercar su dedo a la innombrable asquerosidad…ahí va su dedo, más cerca…más cerca…mas cerca, sudando la gota gorda, a punto de vomitar del asco…los chamacos afuera cagandose de risa en silencio…la maestra gritando lastimosamente palabras de asco y de inmundicias! …el dedo del prefecto se acerca más y más al moco embarrado…y en eso, zum!!! Que se acerca una mosca y se para mero en el moco, y ahí se quedo, pegada, de por vida, ya no se pudo librar de la tremenda cualidad pegativa del asqueroso moco, y con esto, el prefecto suspiro un Ah! de alivio y supo que el moco fue embarrado en el transcurso de la mañana, por lo cual, había que darle una visita a Luisito Macías para ver si estaba en su casa y que explicara el torcido acontecimiento.

Ahí va el prefecto Eleuterio Domínguez con toda la bola de chamacos gritando y riéndose y la maestra Chavelita Guadarrama llorando copiosamente del asco hacia la casita de Luisito Macías. Por toda la calle principal iban en friega y ruidosamente toda la chusma, y justo cuando pasaron frente a la casota de Doña Rupertina viuda de Palazuelos, la prestamista, escucharon un grito de terror, seguido de la Doña corriendo hacia afuera de su casa, con la cara más blanca que los pambazos del panadero Casimiro cuando no se le cocían bien, gritando que un horrible baboso se le había metido al cofrecito en donde tenía sus moneditas de oro. El prefecto, temiendo lo peor, le pidió permiso a Doña Rupertina para entrar a la casa y cerciorarse de que en realidad lo que la había espantado era un baboso. Doña Rupertina asintió estúpidamente, con la mirada ida, y Eleuterio entro a la casa, pero antes, pasó a la cocina por un poco de sal. Cuando fue a la sala donde tenía la prestamista su cofrecito con moneditas de oro abierto, vio la asquerosidad que se postraba sobre las moneditas. Era una masa grisácea enorme y maloliente, con una raya de materia blanca que se mezclaba con un poco de rojo sangre, asimilando el cuerpo de un baboso. Asquerosidad total! Un poco escéptico, Eleuterio le echo un poquito de la sal, nomas ´pa ver si el supuesto baboso se retorcía como se retuercen todos los babosos al contacto con este mineral. No se movió! Al contrario, la espesa mucosidad del moco absorbió la sal, desapareciéndola al instante. Asco!

Eleuterio el Prefecto, consternado, salió a la calle y grito “Es otro moco!” La chamacada estallo en risas y jubilo, mientras Doña Rupertina se desmayaba en los brazos de la maestra Chavelita Guadarrama, la cual entre gritos y sollozos trato inútilmente de reanimarla echándole aire con un pañuelo que traía por ahí.

El Prefecto, esta vez ya muy encabronado, siguió su camino hacia la casita de Luisito Macías con toda la chamacada de la secundaria siguiéndole los pasos, y justo cuando iba doblando la esquina de la Iglesia, se topa con el viejo Tobías, el de la tortillería, el cual estaba siendo víctima de un afusilamiento publico de tortillas por parte de las viejas del pueblo. Al acercarse para ver de qué se trataba el borlote, Don Tobías le grito que corriera por su vida, que su tortillería estaba siendo el escenario del fin del mundo, pues una plaga de mocos había invadido sus paredes, anunciando el Apocalipsis, el fin del mundo! Eleuterio se asomo a la tortillería para ver más de treinta mocos embarrados en la pared donde tenía sus posters de “Maseca” y dos calendarios de años pasados. Al ver los grotescos embarrados, no tenía ni la menor duda de que eran los mocos de Luisito Macías. Que apocalipsis ni fin del mundo ni que nada! Esta era la fechoría del chamaco y el estaba resuelto a llegar al fondo del asunto!

Mientras las mujeres del pueblo seguían afusilando al tortillero con sus tortillas, Eleuterio siguió su camino, determinado con acabar esta farsa, seguido de toda la chamacada de la secundaria que no cabían en sí de la risa por las tragedias que estaban sucediendo a los mayores en el pueblo.

No camino mucho cuando llego a la panadería de Don Casimiro. Afuera estaba su esposa doña Pita Lagunas que tenia al panadero bien agarrado de una manga de su camisa sorrojandole un birote en la tatema, diciéndole de majaderías y casi matando al pobre hombre. El prefecto Eleuterio se acerco para tratar de salvarle la vida, preguntando que había hecho el panadero para que lo agarrara a semejantes madrazos! La Doña nomas le apunto su gruesa mano hacia el interior de la panadería, en señal de que se asomara. Eleuterio entro a la panadería, y lo que vio, le hizo salir a vomitar copiosamente a la calle. Todas las charolas del pan tenían un mocote embarrado en cada una de las piezas! Era asqueroso! Los pambazos tenían mocos embarrados, también los Ojos de Pancha, los Gusanitos, las Donas, los Moñitos, el pan Frances, el pan Cubano, los Bolillos y las Teleras! Y qué decirles de los Pastelillos de fresa, de los Cuernitos, los Borrachitos, las Conchas, blancas y de chocolate, los Panques, de pasas y de nueces, los Cocoles, las Chilindrinas, las Hojaldras, las Orejas y las Trencitas…todos tenían un horrible y asqueroso moco verde y en algunos con sangrita embarrado en ellos!

Después de su copiosa vomitada, a Don Eleuterio el Prefecto ya no le dieron ganas de investigar nada. Se fue caminando chueco hacia la secundaria, seguido lastimosamente por su mujer que no dejaba de gritar y lloriquear, mientras todos los chamacos seguimos hacia la casita de Luisito Macías, y al llegar, le llamamos en coro! Luisito salió de la casa con su nariz bien inflamada del esfuerzo de las moqueadas por medio pueblo, y lo trepamos en hombros y lo paseamos por toda la plaza principal como nuestro nuevo héroe local! Nunca había visto a Luisito Macías tan feliz! En realidad nadie le pregunto si él había sido el que había moqueado a todos los que se la debían del pueblo, pues a quien le quedaba la menor duda! A mí no me podían haber preguntado su inocencia, pues yo no tenía ni la menor duda de que era culpable, era como si hubiera estado yo ahí a su lado abriéndole todas las puertas de los lugares donde fue a embarrar todos sus mocotes verdes, blancos y sangrientos.

Mucho tiempo ha pasado desde ese día de la terrible venganza de mi amigo Luisito Macías en el pueblo. Seguimos siendo amigos durante muchos años mas.

Cuando crecimos, a él le dio por pintar, y a mí, pues nomas me fui a estudiar a la capital y acabe contando cuentos.

Cuentos como este, el de mi amigo Luisito Macías.

Fin.