miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA NOCHE DE "EL AZABACHE"




La Noche de “El Azabache”
Un Cuentito de Leo Mondragón

Esa noche oscura de principios de Noviembre, en el pueblo soplaba un airazo  de los mil demonios. No había naiden en las calles. Dos faroles alumbraban la plaza principal, y nomas se veía a Doña Citlalli la elotera levantando su puesto de elotes y esquites, bien enojada y maldiciendo a los vientos que le habían espantado a los clientes. La noche, el viento y el frío se asentaban en el pueblo como una oscura maldición,  y este escondía a su gente como si presintiera de los extraños y macabros sucesos que estaban a punto de acontecer.

Primero le paso a Doña Pascuala Timotea.

Como era su costumbre, su esposo Tobías, el dueño de la tortillería, se había bebido cuatro mezcales y se quedó bien dormido en el sillón de la sala viendo las noticias del Canal Dos. Doña Pascuala Tímotea, al sentir el aire frío de la noche, cerró todas las ventanas de su casa, atranco la  puerta, fue a la cocina, se preparó un té de limón endulzado con piloncillo, y se lo llevo a su cuarto ´pa degustarlo mientras rezaba su rosario. Cuando se sentó al borde de su cama, abrió su novenario, y en eso sintió un escalofrió recorrerle todo su cuerpecito, y clarito vio como un hombre alto y oscuro salió de su ropero de cedro, con sombrero negro y pesadas botas con relucientes espuelas. Este camino lentamente hacia la ventana, la voltio a ver y le sonrió con unos dientotes bien fieros, amarillentos y desquebrajados, para luego salir flotando a través de la pared, como si se hubiera metido en ella!

Doña Pascuala Timotea nomás dejo caer su mandíbula como si estuviera hecha de plomo bien pesada y los ojos se le fueron ´pa atrás. Con su mano temblándole bien fuerte como matraquera de grupo musical, dejo su té limón en el buró junto a su cama, se paro como pudo y camino con las rodillas temblándole cual resortes desconchinflados hacia la puerta de su habitación, dio tres pasos y cayó de ladito, desmayada. En la sala su marido roncaba como bendito y no se dio cuenta de nada.

Tres casas más abajo por la calle, Doña Facunda, la de la verdulería, salió bien enojada de su casa ´pa callar a su perro que ladraba como si no hubiera un mañana. “Cállate perro mal nacido!” le grito al pobre animal, mientras el animal ladraba y brincoteaba fuera de sí! En eso, Doña Facunda vio como la sombra de un hombre alto y vestido de negro  pasaba frente a su casa, como volando al ras del suelo. Su perro ceso sus ladridos y se refugió en sus enaguas, llorando y aullando como si le hubieran castrado con cuchillo desgastado sin filo. A Doña  facunda se le fue el color de la cara y la saliva de la boca mientras veía a la fantasmagórica figura pasar levitando sobre  la calle. Mientras pasaba, Doña Facunda alcanzo a ver como la figura volteaba a verla y le clavaba la mirada con unos ojotes fieros y bien prendidos como si estuvieran ardiendo en llamas. Doña Facunda se espantó re-feo y sintió como algo húmedo, líquido y calientito le salía de la entrepierna y le mojaba sus medias negras de nylon, mismas que no se había quitado desde esa calurosa mañana. Se metió a su casa como desquiciada, su perro la siguió adentro llorando lastimosamente, no se sabe si por el susto o por mojarse las patas con los apestosos miados de su patrona.

Dos casas más abajo, ´onde Don Sixto el de la tienda, ajeno a los bizarros sucesos en el pueblo, hacia rechinar con vehemencia los resortes de la cama con su mujer Gertrudis, cuando de repente sintió como extrañamente le quitaban la cobija que los cubría, dejándole las tepalcuanas y las intimidades de su mujer expuestas al aire, y clarito escucharon una macabra carcajada surcar los ruidos de la noche!

Juuuuaaajajajajajaja!!!

Los pelos de la cola, la espalda y el pecho  se le erizaron al peludo  Don Sixto, y mientras su mujer se cubría apresuradamente las verijas, alcanzaron a ver la sombra de un hombre con sombrero vestido de negro traspasar la puerta del cuarto y salir apresuradamente. La mujer de Don Sixto grito como si estuviera pariendo cuates gordos, y su grito desgarrado se escucho lastimosamente por encima de los aullidos de todos los perros del pueblo!

Abajo en la plaza, Doña Citlalli la elotera ya había acabado de alzar  su puesto de elotes, enojada por el airazo y los aullidos de los perros, y justo cuando cruzaba la plaza camino hacia su casita, escuchó el grito de doña Gertrudis. Al mismo tiempo, vio como un hombre todo vestido de negro como que caminaba o flotaba  apresuradamente a través de la plaza. Doña Citlalli, presa de un mal presentimiento, agarro uno de sus elotes, y fiel a su costumbre de cuando se sentía amenazada,  centro a la aparición y le aventó el elote con coraje y olímpica precisión. El pesado elote surco el aire en un chanfleado arco perfecto hacia su destino, pero cuál fue su sorpresa que cuando llego a el,  el elote traspaso a la figura como si esta fuera hecha de aire. No le pego a nada! Doña Citlalli, dotada de una mente emprendedora, al ver esto rápidamente emprendió la fuga y corrió calle arriba con su chiquihuite lleno de elotes y esquites como si la persiguieran los jinetes mismos  del Apocalipsis. Nomas se le veían sus huarachitos volar como si tuvieran vida propia! “Ay Nanita!!!”  Iba gritando, su corazoncito  palpitándole fuertemente como tambora de la banda local del pueblo!

Más abajo de la plaza en la banca junto al huamúchil, Jacinto Bonfil alias “El Tapita”, el borracho del pueblo,  se hubiera reído en tu cara si le hubieras dicho que esa noche le iban a espantar tanto que hasta las uñas enterradas de las patas se le iban a enderezar. El que iba a saber. Siempre andaba bien cuete! Por eso no sintió cuando el tremendo airazo le azoto la cara mientras se le acercaba una sombra bien siniestra. De repente despertó y entre su vista nublada por el chupe, vio a un hombre con los ojos llenos de lumbre, vestido de negro, calzando pesadas botas vaqueras, la hebilla de plata resplandeciendo y diciéndole quedito al oido “Tapitaaaaa!!!!” El Tapita pelo  los ojos bien grandotes como tecolote desmañanado  y se echo a correr  por su vida hacia la barranca del rio! En el camino se encontró a Pedro el que trabaja  en el rastro, y este lo vio pasar como alma que lleva pena, y atrás de el, la sombra de un fantasma que lo correteaba como si se lo quisiera tragar! Pedro, democrático por naturaleza y amante de no inmiscuirse en situaciones ajenas, siguió su camino, no volteando atrás y pensando en la pobre suerte que corría el borracho del Tapita. Apresuro su paso mientras se persignaba la cara rezando un padrenuestro!

Y así sucedió, casa tras casa, calle tras calle, camino tras camino esa infortunada noche! Los gritos llenos de espanto y  pandemonio surgieron desde todos los rincones del pueblo!

Y a todo esto, ustedes  se preguntaran, estos extraños sucesos les estaban pasando a los mayores, y los chamacos del pueblo? Que? Donde estaban?

Pues nada… que casi todos estábamos esa noche escondidos atrás en los matorrales de la casa de Doña Carlota Mazón, la de la florería, que vivía sola y tenia las chichis más grandes del pueblo. Todas las noches, se quitaba el chichero antes de apagar la vela de su cuarto para dormir, y desde tiempos inmemorables los chamacos del pueblo estábamos ahí para presenciar dicho acontecimiento divino. Pues justo estábamos en nuestra misión de espionaje cuando vemos pasar por entre los matorrales un airazo polvozo y chocarroso, y detrás de él,  una sombra enorme, con altas botas negras y sombrero negro, bien siniestra y carcajeándose diabólicamente! Con las energías de la juventud, todos corrimos como poseídos para salvar nuestras vidas! El primero que salió de entre los matorrales fue mi amigo Luisito Macías, salió disparado de  entre los matorrales como si le hubieran prendido un cuete en la cola!  Detrás de el corrimos todos los chamacos calientes gritando nuestra mala fortuna, espantados hasta los huesos!!!

Nos enfilamos hacia la plaza principal del pueblo, en donde ya estaba llegando la multitud, espantados y consternados por los extraños acontecimientos de esa noche!

Don Lucas Oviedo, el comisario del pueblo, llego en piyamas, pantuflas y ese ridículo gorrito que usaba para dormir. Como pudo reunió a todos alrededor de el, pidiendo calma, calma! La gente del  pueblo no dejaban de lloriquear y gritar lastimosamente! Entre gritos y sollozos empezaron todos a exclamar lo que vieron:

“Es una maldición!”  Dijo Chavelita Guadarrama, la maestra.
“Es el diablo!”  Dijo Doña Rupertina viuda de Palazuelos, la prestamista.
“Es el espíritu del mal!”  Dijo Don Chino, el doctor  del pueblo.
“Es un nahual!”  Grito Apolinar, el maestro albañil.
“Me hizo miarme del susto!”  Dijo Doña Facunda la de la verdulería
“Iba todo de negro como zopilote!”  Dijo el Viejito Don Gustavo Gorostieta.
“Nos vio en nuestra intimidad el muy cabron!”  Grito Don Sixto, indignado.
“Brillaba de negrura, como azabache!” Dijo Jacinto el Peluquero
“Azabache!” Gritaron todos!
“Si, azabache!”
“El Azabache!” Grito  mi amigo Luisito Macías!

“Es el Azabache!, El Azabache!”

Toda la gente del pueblo  asintió y exclamo en concordancia.

“El Azabache!

Mientras le gente del pueblo se ponía de acuerdo en el nombre de esta maldición chocarrera, Doña Citlalli, buena ´pal negocio, ya había regresado a la plaza, gritando a todo lo que daban sus pulmones y en vísperas de ganar unos pesitos. “Elotes! Elotes y esquites pal susto! Elotes! Elotes!”

Varios fuimos hacia ella para comprar. Mi amigo Luisito Macías y yo nos compramos dos con mucha mayonesa, limón  y chilito piquín. Mientras aquietábamos la lombriz, el comisario Lucas Oviedo hablo al pueblo. Con el don que tienen los políticos ´pa las habladurías, el comisario llamo a la unión para que entre todos librar de este mal que los acechaba.

“Compañeros! Ciudadanos! Tenemos que unir fuerzas y sacar esta maldición de nuestro pueblo! No vamos a dejar que las sombras de la noche y la penumbra gobiernen nuestras vidas! Debemos actuar inmediatame…”

Su discurso fue interrumpido por una voz de entre los ahí reunidos.

“Regresa las vacas que le robaste a Don Lencho, Lucas!”

Esto lo exclamo Eleuterio Domínguez, el prefecto de la escuela rural y activista de la izquierda del  pueblo. Nunca desaprovechaba la ocasión para decirle sus cosas al comisario, que por cierto, si era bien ratero.

“También regresa los terrenos junto al panteón Lucas!” grito otra voz anónima.
“A mí me cobro de más en mi predial!” alguien grito.
“Le quito dos puercos a mi tía!” dijo otro.
“Nunca paga sus cuentas!” dijo el de la cenaduría.
“Me debe tres cartones de cervezas!” grito el de la cervecería!

El Comisario Lucas Oviedo, presintiendo un levantamiento social en contra de su régimen, rápidamente reanudo su discurso.

“Ciudadanos, no perdamos el tiempo hablando de trivialidades, hay un mal que nos está acechando, esta allá, en las oscuridades del pueblo, inquietándonos, poniendo en riesgo la integridad de nuestra comunidad, hay que vencerlo, hay que erradicarlo de aquí, no nos dejemos intimidar por fuerzas del mas allá que perturben nuestra paz! Luchemos ahorita, por nuestros hijos, nuestras familias, vamos todos a casa y traigamos cualquier arma que tengamos, para perseguir y sacar del pueblo a esta maldición! Vamos, unamos fuerzas! Unamos fuerzas compañeros!”

La mayoría del gente se convenció que más valía luchar por el bienestar de la población que estarle sacando sus trapitos al  sol al comisario en esos momentos lúgubres, así que todos corrieron hacia sus casas por cualquier cosa para defenderse y  expulsar este mal  que había caído en la población.

Después de un rato, regresaron todos con diversos artefactos de acuerdo a sus posibilidades para usar como armas de expulsamiento de espíritus y demonios:  picos, palas, garrotes, cucharones de pozole, ollas y sartenes de peltre, rodillos, cinchos, chanclas, reatas, palos, matracas, una tambora, crucecitas de ruda y otras de florecitas de manzanilla, una gallina negra amarrada de las patas, imágenes  del Santo Niño de Atocha, del Sagrado Corazón de Jesús, otra de San Juditas, una figurita de San Charbel,  antorchas, cuetes y otros triques diversos y demás parafernalia de pueblo guerrero exorcista. Doña Carlota Masón llevo una cruz hecha con puros cempasúchiles. Allá iba cargando la pesada cruz entre sus chichotas mientras los chamacos  del pueblo (y algunos grandes con disimulo) la veían pasar con ojos desorbitados! 

Mi amigo Luisito Macías y yo, siempre listos para el chisme y la aventura, fuimos por nuestras pistolitas de chinampinas y  nuestras mascaras de El Santo el Enmascarado de Plata y El Huracán Ramírez. Carlitos “LaPiña”  presumía que  traía pastillitas de Chiquitolina, como las que usa el Chapulín Colorado. Todos sabíamos que eran Desenfriolitos, pero en el alborote y la aventura a quien le importaba que eran? Pedrito Ocampo, el hijo del peón y el más pobre de todos nosotros,  como no llevaba nada, decía que llevaba sus ondas cerebrales ´pa dominar mentes, como Aquaman. Y así.

Pues ahí tienen a la multitud del pueblo, armados hasta los dientes, respirando todos al unisonó aires de libertad ante las infamias del mas allá! El comisario Don Lucas Oviedo asintió, complacido al ver a su pueblo reunido y armado, agarro la cruz de cempasúchiles que llevaba Doña Carlota y tal cual Hidalgo encabezando a la chusma, salieron todos de la plaza principal a ir en busca de El Azabache para terminar con el!

Ahí va todo el gentío por la calle principal del pueblo, armando tremendo alboroto para sacar al fantasma de dondequiera que estuviera! Sonaban los sartenes y las ollas de peltre, la tambora, las matracas, las mujeres con las imágenes Santas iban al frente, armadas de valor! Flavio Renteria el del taller mecánico, le venía prendiendo los cuetes al cuetero Jose Medrano. Allá van los cuetes surcando la oscura noche con su cola de colores fiiiiiiiiiiiiuuuuu!!! ´pa luego estallar en mil colores en el firmamento! Pummm! Pummm! Pummm! Todos los perros  acompañaban a los del pueblo, aullando y ladrando fuera de sí! Las antorchas alumbrando todos los rincones oscuros y posibles escondites de El  Azabache!  Los chamacos del pueblo flanqueábamos la muchedumbre, con nuestras pistolas de chinampinas, mascaras de luchadores y superpoderes síquicos! Los hombres del pueblo, bien maricones todos,  guardaban la retaguardia, cautelosos. El borracho de El Tapita, que había escapado a El Azabache quien sabe cómo, para el susto ya se había bajado un cuartito de alcohol del 96, y venia hasta atrás del tumulto bailando y taconeando el suelo de la calle, canturreando alegremente en su mente alcoholizada una cumbia de la Luz Roja de San Marcos, de vez en cuando dándole un jalón al alcohol de la garrafita en su mano.

Allá íbamos todos, por todas las calles del pueblo, y en eso, camino al río frente a la Finca de Don Filiberto, el del almacén de telas, salió El Azabache! Lo envolvía una neblina gris y le salía como fuego por los  ojos! El Azabache traía arrastrando del pescuezo al panzón de Crispín Martínez, el curita del pueblo. Este traía la lengua de fuera y jadeaba rete-harto como cuando subía a tocar las campanas de la iglesia o cuando en algunas  noches le visitaba en sus aposentos Doña Lupita Saravia, la solterona del pueblo. “Sálvenme, sálvenme!” gritaba con angustia Don Crispín, mientras El Azabache le jalaba de la sotana y se lo llevaba ´pal rio.

Aunque espantadas, las mujeres del pueblo se le dejaron ir a El Azabache con enjundia, como si les debiera dinero, alzando alto en el aire los cucharones de pozole y los sartenes de peltre, para expulsarlo del pueblo y salvar al curita, que a algunas las había casado, a otras bautizado, y a otras manoseado en el catecismo! Don Lucas Oviedo alzo bien alto la Cruz de cempasúchiles y corrió atrás de las viejas mitoteras! Mi amigo Luisito Macias y yo hacíamos tronar las chinampinas de nuestras pistolitas con pasión! Chum! Prau! Chum! Prau!! Chum! Prau! Carlitos “La Piña” corría hacia El Azabache tragando sus pastillitas de Chiquitolina y Pedrito Ocampo se iba agarrando las sienes  para invocar sus poderes mentales de Aquaman y dominar el mal! A pesar del miedo, que padre nos estábamos  divirtiendo los chamacos en nuestra hora de aventura y gloria! Los hombres del pueblo  agarraron valor y avanzaron con picos, antorchas, palos y palas, algunos aireando  los cinchos y las reatas! Hasta atrás El Tapita se armo de valor y en su alocada alucinación alcoholizada avanzo tambaleando y gritando majaderías en contra del espíritu chocarrero! Allá vamos toda  la  chusma enardecida para apañar a El Azabache y salvar al curita de una muerte espantosa y segura!

Dicen que el valiente llega hasta donde el menso se deja, y pos yo creo que esto es cierto. El Azabache, al ver a la horda enardecida que se le aproximaba llena de furia, en su fantasmagórica y malévola mente se la ha de haber prendido el  foquito de la prudencia,   este soltó al curita, aventándolo en el suelo polvoso del camino,  y levito hacia los establos próximos de Don Chucho Cabrera, el que vendía vacas enfermas en el rastro. Allá iba El Azabache, de vez en vez volteando a  ver a la chusma que se le aproximaba, y cuando llego a los establos, respiro bien hondo y expulso el aire lleno de fuego, encendiendo la bodega de mazorcas secas! El fuego se alzo a mitad de la oscuridad de la noche, incendiando el granero, mientras las vacas flacas salían despavoridas del establo hacia el monte!

Don Chucho Cabrera, quien estaba a punto de quitarle las bragas a su mujer Doña Catalina, salió en calzones al escuchar el borlote, con rifle en mano para ver sus vacas correr despavoridas, y anticipando las largas horas de friega para reunirlas, se enojo bien feo por sus vacas perdidas y su intimidad interrumpida y empezó a tirar riflazos hacia la figura tétrica de El Azabache! Uno, dos tres, cuatro balazos le tiro! Pzing! Pzing! Los balazos le pasaban al Azabache, sin hacerle daño! Su mujer salió en bragas de la casa rogándole a  Don Chucho alto al fuego, mientras El Azabache se paro  como gallito giro en medio del camino, alzándose en sus botas negras,  y exclamo una terrorífica carcajada!

¡JUUUAAAJAJAJAJAJ!!!!

Los pelos de la nuca se me erizaron al escuchar su ultima carcajada de El Azabache! En eso, se escucharon truenos y todos vimos hartos rayos surcar los cielos del pueblo! Después, sin más miramientos, El Azabache se voltio y enfilo hacia la vereda del monte, su silueta negra apretando el paso y mientras avanzaba en el camino, iba dejando una estela de fuego, la cual se fue perdiendo a lo lejos en los caminos de la sierra!

Al ver esto, todos los del pueblo gritaron de júbilo! Habían vencido y expulsado al mal de la comunidad! Viva a los del pueblo! Vivan las viejas arguenderas! Viva a los chamacos! Vivan los valientes! Don Lucas Oviedo aprovecho la ocasión para felicitar a los pobladores y ya saben, bla bla bla…más de sus habladurías políticas. Todos estaban disfrutando la victoria y se empezaron a abrazar en jubilo! Yo me apure para abrazar a Doña Carlota Mazon ´pa estar por fin cerca de sus hermosas chichotas, pero se me adelanto mi amigo Luisito Macias. El fue el ganon! Clarito vi como abrazo a Doña Carlota y enterró su cara  en el valle de los sueños mientras la Doña trataba de quitarse al mendigo escuincle aprovechado de encima!

Regresamos todos contentos y en júbilo por la calle principal! Excepto  Don Chucho Cabrera y Doña Catalina, que se quedaron para apagar dos fuegos, el de su granero y el de sus intimidades. Doña Citlalli la elotera, feliz por el desenlace de los sucesos de esa noche inquietante, para celebrar la victoria exclamo que había elotes gratis para el que quisiera! Rápidamente se le empezaron a formar los chamacos y los más gorrones del pueblo. Don Eloy el de la cervecería abrió su expendio y compartió los cartones de cervezas con los ahí presentes. Y ahí estuvimos hasta altas horas de la noche, alegres y contentos por la victoria sobre El Azabache y los males del más allá.

A la mañana siguiente, Don Chucho Cabrera nos pago tres pesos a mi amigo Luisito Macías y a mí para ir a buscar sus vacas flacas al monte. A regañadientes recibimos el dinero pero ni maíz! No íbamos a ir al monte a buscar vacas hediondas y arriesgar nuestras jóvenes vidas con El  Azabache por ahí rondando o quién sabe qué! Con el dinero nos fuimos a la tiendita de Don Celso a comprar dos Coca Colas, cuatro sobrecitos de estampitas de luchadores, unas Sabritas, y veinte centavos de canicas “Ojo de Gato” para jugar y platicar de las aventuras chocarreras de la noche anterior.

Mucho tiempo ha pasado y muchas cosas han sucedido en el pueblo desde ese entonces, algunas se quedan, otras se van, pero otras no se olvidaran jamás.

Como la Noche de El Azabache!

Fin.